domingo, 24 de enero de 2010

Sobre la experimentación con animales no humanos:
El dilema central del investigador se plantea, pues, de forma especialmente aguda en la psicología: o bien el animal no es como nosotros -en cuyo caso no hay razón para realizar el experimento-, o bien el animal es como nosotros y, en este caso, no debemos utilizarlo para realizar un experimento que consideraríamos una atrocidad si lo hicieran con uno de nosotros.


Prioridades y supuestas incompatibilidades entre los asuntos humanos y los del resto de animales:
Entre los factores que dificultan la tarea de provocar el interés público por los animales destaca, como uno de primer orden, el supuesto de que <> y que cualquier problema relativo a los animales no puede ser comparable a los problemas de los hombres, tanto por su seriedad moral como por la importancia política del tema. Sobre este supuesto debe hacerse una serie de puntualizaciones. Primero, es en sí mismo una muestra de especismo. ¿Cómo puede saber nadie, sin antes haber hecho un estudio detallado, que el problema es menos serio que los problemas relativos al sufrimiento humano? Únicamente se estaría en posición de defender esta tesis si se asume que los animales realmente no importan y que, aunque sufran mucho, su sufrimiento es menos importante que el de los humanos. Pero el dolor es el dolor, y la importancia de evitar el dolor y el sufrimiento innecesarios no disminuye porque el ser afectado no sea un miembro de nuestra especie. ¿Qué pensaríamos si alguien nos dijera que <> y que, por tanto, la pobreza en África no plantea un problema tan serio como la pobreza en Europa?

Es cierto que hay muchos problemas en el mundo que merecen que les dediquemos tiempo y energía. El hambre y la pobreza, el racismo, la guerra y la amenaza de aniquilación nuclear, el sexismo el desempleo, la conservación de nuestro frágil medio ambiente, todos ellos son asuntos importantes, y ¿quién puede decir cuál es el más importante? Sin embargo, si nos situamos fuera del marco especista, podemos ver que la opresión de los no-humanos por los humanos ocupa un lugar próximo al de estos temas. El sufrimiento que causamos a los seres no-humanos puede ser extremo y las cantidades con que se opera son gigantescas: más de cien millones de cerdos, ganado vacuno y ovino pasan anualmente por los procesos descritos en el capítulo 3 [En la granja industrial... o lo que le sucedió a tu comida cuando aún era un animal] tan sólo en Estados Unidos; lo mismo ocurre con miles de millones de pollos, y al menos 25 millones de animales se destinan cada año a la experimentación. Si se obligara a un millar de seres humanos a sufrir el tipo de pruebas que padecen los animales para probar la toxicidad de los productos domésticos, habría una conmoción nacional. La utilización de millones de animales para el mismo fin debería causar, al menos, una preocupación similar, sobre todo cuando este sufrimiento es innecesario y podría detenerse fácilmente si así lo deseáramos. La gente sensata desea poner fin a la guerra, la desigualdad racial, la pobreza y el desempleo; el problema es que hemos estado intentándolo durante años y ahora tenemos que admitir que, realmente, no sabemos cómo hacerlo. En términos comparativos, la reducción del sufrimiento de los animales no-humanos a manos de los humanos será relativamente fácil en cuanto los humanos se lo propongan.

En cualquier caso, la idea de que los <> se utiliza más a menudo como excusa para no hacer nada por los animales humanos ni por los animales no-humanos que como una verdadera elección entre alternativas incompatibles. Porque lo cierto es que aquí ni hay incompatibilidad alguna. Dando por sentado que todos disponemos de un tiempo y una energía limitados, y que el tiempo que le dediquemos a una causa va a suponer una reducción del que nos queda disponible para otra, no hay ninguna razón, sin embargo, para los que dedican su tiempo y sus energías a problemas humanos no puedan unirse también al boicot de unos artículos que son producto de la crueldad de la agroindustria. No se pierde más tiempo en ser vegetariano que en comer carne animal. De hecho, como ya vimos en el capítulo 4 [Hacerse vegetariano... o cómo producir menos sufrimiento y más alimento a un menor coste para el entorno]; (Leed este otro artículo que va en la misma línea), los que dicen preocuparse por el bienestar de los humanos y la conservación de nuestro medio ambiente deberían hacerse vegetarianos aunque sólo fuese por esa razón. De este modo aumentaría la cantidad de grano disponible para alimentar a las personas en otras partes, se reduciría la contaminación, se ahorraría agua y energía y se dejaría de contribuir a la tala de los bosques; además, puesto que un régimen vegetariano es más barato que uno basado en platos de carne, dispondríamos de más dinero para dedicarlo a la reducción del hambre en el mundo, el control de la población o cualquier causa social o política que consideraran más urgente. No se me ocurriría dudar de la sinceridad de los vegetarianos que se toman poco interés por la liberación animal porque dan prioridad a otras causas; pero cuando los no vegetarianos dicen que <>, no puedo evitar preguntarme qué es exactamente lo que están haciendo por los humanos que les obliga a continuar apoyando la cruel e innecesaria explotación de los animales de granja.


Lenguaje discriminatorio, ¿acaso no somos también animales?
Nuestras concepciones de la naturaleza de los animales no-humanos, y un razonamiento defectuoso sobre las implicaciones que se derivan de nuestra concepción de la naturaleza, también contribuyen a fortalecer nuestras actitudes especistas. Siempre nos ha gustado considerarnos menos salvajes que el resto de los animales. Decir que una persona es <> equivale a decir que es bondadosa; decir que es <>, <> o simplemente que se comporta <>, es sugerir que es cruel e intratable. Raramente nos detenemos que el animal que mata con menos razón es el animal humano. Consideramos salvajes a los leones y los lobos porque matan, pero tienen que matar o morirse de hambre. Los humanos matan a otros animales por deporte, para satisfacer su curiosidad, para embellecer sus cuerpos y para dar gusto a sus paladares. Los seres humanos matan a los miembros de su propia especie por codicia o por poder. Además, los humanos no se contentan simplemente con matar. A través de la historia han mostrado una tendencia a atormentar y torturar, antes de darles muerte, tanto a sus iguales los humanos como a sus iguales los no-humanos. Ningún otro animal muestra demasiado interés por hacer eso.

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